4.1.08

Zalambo

Zalambo

Dedicado a Doña Bosco


Zalambo era un esclavo sirio de mirada oceánica y antigua, que se movía por el mundo como el viento de la costa, esa brisa amable y cálida que acompaña a los pescadores a puerto cuando cae la tarde.

Era músico y poeta, y en sus versos y su música habitaba la magia.

También era guerrero, y la muerte le obedecía.

Su alma olía a incienso y a flores extrañas, y la gente le amaba.

La fama de su fortaleza física y de sus extraños atributos llegó a Palacio, y la reina Palmira le reclamó para su corte.

Caminaba a la cabeza de su fastuoso e interminable séquito, delante de los elefantes castrados cubiertos de polvo de oro, los tigres blancos, los guerreros africanos muertos, que desfilaban como fantasmas ciegos, y la gigantesca pecera montada en una carroza de ébano, donde una pareja de ancianas carpas del tamaño de delfines jóvenes, con aros de oro en las agallas, observaban impasibles a la multitud con su mirada de color sangre.

Su cuerpo perfecto y enorme se convirtió en una sombra de la diminuta y bellísima reina.

En una ocasión, durante la fiesta del nuevo sol, uno de los mauritanos de la Guardia Real se abalanzó sobre Palmira empuñando su arpón de madera.

Zalambo interpuso su brazo, que el arpón atravesó limpiamente, y a continuación abrazó delicadamente al traidor y lo asfixió hasta matarlo, susurrándole delicadas e incomprensibles frases como un padre reprendiendo dulcemente a su primogénito.

Eso decían de él; que tenía el Don en sus palabras. Con ellas penetraba en las almas y las acariciaba.

Podía ser un impetuoso león negro del atlas, que somete dulcemente la fuerza de su hembra mientras le sujeta la nuca, y podía ser la ladina serpiente real, que se enrosca suavemente alrededor del cuerpo y el espíritu e hipnotiza con su mirada.

Su lengua alargada y sabia conocía los antiguos secretos de la piel.

El alma de Palmira vibraba y se entregaba, y su cuerpo esclavizado la seguía obediente, sintiendo cómo la vida se le escapaba en diminutas lágrimas de felicidad.

Un día se levantó un extraño viento que venía directamente del mar, arrastrando un suave polvo encarnado.

Zalambo salió al patio de las carpas y sintió cómo su alma tiraba de él.

“Debo acompañar al viento”, le dijo a Palmira. “Si intentas retenerme mi alma partirá de todas maneras”, le advirtió dulcemente.

Se adentró en las montañas, como una brisa, y nunca más supieron de él.

Palmira le lloró templadamente durante el resto de sus días, pero su alma quedó en calma, pues cada otoño la brisa encarnada acompañaba las dulces palabras de Zalambo hasta la colina del Palacio. Hasta el fin de sus días era posible verla en la terraza de las carpas, al anochecer, envuelta en su manto y hablando con el viento.






Fotos trampa...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Como siempre, un placer y mil gracias.

Bs!

Bo

Ginebra dijo...

Plas, plas, plas!

Wara dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

¡Mira dónde te vengo a encontrar...! La foto es bellísima; de la trampa mejor no diré nada.

(El comentario suprimido temo que es mío, que esto de tener identidad a veces no sirve de nada, porque no te reconoce ni tu ordenador. Será mejor que firme).

Besos, Wara.

Marquesa de la Sonrisa dijo...

Siempre que leo Zalambo quedo fascinada. Tiene mágia y las palabras se deslizan por el alma del lector acariciandola dulcemente como si de diminutas alas de mariposa se tratara. Este fin de semana contaré Zalambo en Avila, por primera vez. Un gran reto.

Dedicado a tí Jorge, con todo mi cariño y respeto.